Pereña, el pueblo



A llegar, no hagas caso si el móvil te dice  Bienvenido a Portugal, mientras esté en Lisboa... lo dicen para crearle a uno una crisis de identidad. La cobertura no suele fallar –dependiendo de las operadoras-- y por regla general se pueden utilizar los móviles sin demasiado problema. Procura que no se te cuele una operadora de móvil portuguesa porque lo notarás a final de mes. Tampoco hagas caso a la radio o al televisor si sintonizas una emisora que habla en portugués: estas tierras siempre fueron territorios de frontera y las ondas de radio no entienden de nacionalismos, como tampoco lo entienden las águilas o los buitres que simplemente disfrutan del paisaje y viven en él. El reloj de la plaza da las horas –como el de Machín--, aunque los del ayuntamiento suelen desconectarlo para que no moleste. Total, hoy día nadie le hace caso, y lo mismo da que sea una hora que otra, que nadie cuenta las campanadas. Los pájaros suelen despertar a uno por la algarabía que arman, pero siempre ha sido así, y tampoco entienden ni de nacionalismos ni de molestias.

 En Pereña hay más o menos de todo lo que se puede necesitar en un pueblo. Panadería-bollería, dos o tres tiendas, dos bodegas para llevar recuerdos en forma de vino, cuatro o cinco bares, una antigua quesería donde se puede adquirir buen queso de la tierra,  farmacia...  poco, pero todo lo que suele haber en un pueblo pequeño aunque ya esté casi saliéndose de la meseta, de la provincia de Salamanca, de España y esté casi en Portugal: es un pueblo de frontera interior.


Un pueblo construido en mampostería de piedra de granito, bien colocada, con sillares en esquineras y en vanos. Un modelo de construcción que ha aprovechado la abundante materia prima de la zona en casas, corrales y cercas para las tierras, si bien los aires de modernidad han metido el ladrillo –cuestión económica– o cemento –simple eufemismo–  rompiendo ese algo que los hace propios. Ahí están. Un pueblo alargado –pueblo calle–, que realmente sólo tiene dos, que comenzó en lo alto y fue bajando poco a poco conformando lo que hoy es. 


La gente, dura, trabajadora y agreste como el paisaje. Callada, silenciosa y sufrida, pero luchadora. La comarca de las Arribes es de suelos pobres, y la emigración siempre fue una salida para buscarse la vida.  Pero durante la segunda mitad del siglo pasado se abrió la caja de los vientos de la mano de las minas de wolframio de Barruecopardo, de los saltos de Saucelle, Aldeadávila y Almendra. Grandes obras que en un momento de fuertes transformaciones de la sociedad española enseñaron a los arribeños que era más fácil buscarse la vida y emigrar que pelearse contra el terruño. En el momento actual los pueblos de las Arribes acusan tal bajón demográfico que algunos han llegado al punto de no retorno y están en proceso de desaparición. Pereña es uno de ellos: las cuatro unidades escolares se han reducido a media, pero ha habido que ampliar la residencia de ancianos y el cementerio. Es lo que hay, por duro que parezca. Eso sí, hay dos frontones, --uno sin duda el mejor de la provincia--, dos piscinas, pista de pádel…  son cosas de los políticos y sus políticas. 

En el pueblo, si entras a la iglesia (del XVI) podrás ver dos bóvedas góticas de terceletes y una balaustrada en granito muy bien lograda. En el humilladero junto al cementerio  (también del XVI), pinturas polícromas de los Santos padres inacabadas porque se le debió acabar el presupuesto. Y a diez minutos de paseo la fuente de la Noguera, una fuente tipo ninfeo romano que si atendemos a los sillares interiores bien puede ser romana, pero si nos fijamos en el mampuesto exterior sería del siglo XV o XVI.

Pero si ha sido declarada toda la zona como Parque Internacional Arribes del Duero y reserva de la biosfera no es sólo por los pueblos y su gente, sino por los paisajes de los alrededores.